Arequipa: El drama de los abandonados por tener retardo mental

Lunes, 28 de mayo de 2012 
Hilda. Ella fue abandonada hace 27 años por sus padres en el hospital Honorio Delgado.
Abandonados. Fueron olvidados por sus problemas de retardo mental y la clínica Moisés Heresi se convirtió en su hogar. El caso de Lucas es uno de los más dramáticos. Tiene la edad psicológica de un niño de seis y a veces pregunta por su madre que nunca conoció y que lo abandonó a su suerte cuando tenía dos meses de vida.
                                                                                                Arequipa.
Se llama Beto. Y de cariño le dicen “Lucas”. No tiene apellido paterno y menos materno, pues nunca conoció a sus padres.  Fue abandonado cuando tenía dos meses de nacido en la puerta del Instituto Chaves de la Rosa. Tiene la edad cronológica de 44 años, pero su edad mental es la de un niño de 6 años. Por eso cuando sonríe transmite una ternura pueril. 
Padece retardo mental moderado (dificultad para la comprensión y manejo del lenguaje, y en algunos casos problemas en las funciones motrices). Como él, otras nueve personas que fueron abandonadas desde temprana edad, viven en el Centro de Salud Mental "Moisés Heresi", ubicado en la avenida Aviación. Cuando Lucas fue internado, el establecimiento tenía también la edad de un infante (un año).

El director de este Centro de Salud Mental, José Alvarado Aco, cuenta que este grupo forma una familia especial, ya que hay otros 52 pacientes albergados con enfermedades mentales. Ellos son los únicos que no conocen a su familia. Nunca reciben visitas.

—Lucas, dónde están tus hermanos—le pregunta Alvarado.

Lucas, parado en las ventanas de la granja que hay en el lugar, señala a sus nueve "hermanos", uno a uno.

—¿Quién es tu papá?—le vuelve a interrogar.

—Tú, tú, papá—responde y esboza una enorme sonrisa.

Desde su boca discurre por su mentón un hilillo de saliva que moja su camiseta. 

—¡Lucas, límpiate la boca! —le dice el médico y éste obedece. 

MALA ESTRELLA
Fue el parto de su madre lo que marcó el destino de Lucas. José Alvarado narra que este tipo de retardo mental se debe a un nacimiento distorsionado. El sufrimiento fetal durante el alumbramiento le dejó esas secuelas. Desde pequeño recibe tratamiento. Casualmente le suministran algunos medicamentos, pero todo el tiempo está en terapia a través de clases de pintura, dibujo, canto, baile, y tiene obligaciones distractivas en esta clínica, como dar de comer a los cerdos de la granja.

Ahora, por ejemplo, muestra sus dotes de artista y saca de su bolsillo un elefante de papel, hecho con la técnica del origami, que hizo durante la mañana. Hoy lleva puesto una gorra, una camiseta y buzo. Le encanta vestir deportivamente (tiene cerca de 70 camisetas de equipos peruanos). 

Con la punta del dedo meñique enseña orgulloso el par de zapatillas rojas. No habla muy bien, pero se esfuerza y dice: “A mí me gusta jugar fútbol”. Aunque sus tiempos mozos de gran futbolista ya pasaron, de los diez pacientes abandonados él sigue siendo el “Messi” del Moisés Heresi. Cuando escucha hablar de fútbol se emociona, y cojeando trae un balón que luego chotea como "loco". 

—Yo soy del Alianza Lima y he jugado en el estadio—.

A SOLAS EN SU MUNDO
Después de media hora, Lucas se sienta en el jardín junto a las ovejas. No habla, pero su triste mirada quizá busca respuestas. El director confiesa que hay momentos en que Lucas pregunta por su madre. 

—¿Dónde está mi mamá?—susurra cuando se levanta y pasea alrededor de las ovejas.

Es cuando José Alvarado se queda sin respuestas. No sabe qué decirle. 

Lo más parecido a un familiar es para Lucas una dama que llegó a conocer a los internos hace tres años. La ternura de Beto la cautivó y desde entonces en cada Navidad ella regresa trayéndole ropa, panetón y regalos. Lucas decide recorrer los pasillos del hospital que conoce de memoria. Él observa al director y periodista, alza la mano y se despide. 

Una realidad parecida
La responsable del Departamento de Servicio Social del hospital Honorio Delgado, Maxi Beltrán Aguilar, indica que tienen diez pacientes abandonados por sus familiares. El más reciente ocurrió hace nueve meses. Se trata de Ernesto Delgado Arcallo, de 38 años.

Maxi Beltrán cuenta que después de un accidente de tránsito, Ernesto Delgado quedó parapléjico. Fue traído  por sus familiares al nosocomio. Después de algunas semanas ya no regresaron. Va a ser un año en que Ernesto no recibe visitas.

Solo cuenta con la compañía de las enfermeras, médicos y sus compañeros de área. Está postrado en una silla de ruedas, pero sus ganas de recuperarse han provocado avances. Al menos ya puede mover las manos.

La asistenta comenta que la mayoría de los pacientes que fueron olvidados por sus familiares provienen de las zonas altoandinas, como Puno, Juliaca, entre otros.